21 de febrero de 2008

Magia (tercera parte)

(Esta última parte es larga y cursi, considérese usted advertido)

Diciembre de 2006. Mucha agua bajo el puente, muchos días, muchos meses desde la Cream, desde García, desde Berger.

Un fin de semana de esos, mi amiga L., pide encarecidamente que no hagamos planes, que viene el primo de España de N., su novio, que va a estar solo ese fin de semana, en Capital, que quiere conocer algunos lugares y que el novio de ella quiere que participe, porque quizás es la única oportunidad de presentárselo, que andá a saber cuando vuelve, que aparte cuantos más salgamos mejor.

C., mi otra amiga dice que imposible. Yo, temiendo quedar pintada al óleo, y sabiendo que podía comerme un embole histórico, dada la tendencia de mi amiga de “desaparecer” con el novio y la poca onda de los amigos del chico digo que entonces, tampoco voy. Bajo promesa de L. de no dejarme sola bajo ninguna circunstancia y pena de pagar toda la caipirinha que pueda tomar en Brasil en nuestras próximas vacaciones, si rompiera el juramente, accedo a ir.

El plan era “previa” en un bar en Caballito y boliche en Olivos. A Caballito partimos.
Ya en el bar divisamos su mesa y eran fácil 20 flacos y ninguna chica. En un paneo general, de los 20, no me gustaba ninguno. A medida que nos acercamos a donde estaba sentado N., hay uno. Hay un morocho increíble, bronceado, con una sonrisa espectacular.

Me digo: Que no sea el gallego, que por favor ESE no sea el gallego, que por la gracia del señor y la virgen morena ESE no sea Sanchez, el extranjero que solo va a estar 3 días en Capital y no hay chance alguna de que me lo pueda volver cruzar caminando por Av. Santa Fe en los próximos 10 años.

Efectivamente era el gallego y la estrella de la fiesta. Pude enterarme que Sanchez estaba por recibirse de profesor de música, que trabajaba con chicos, que venía de pasear por otros países y que se iba a pasar las fiestas con su familia en Córdoba.

La previa ya se había extendido suficiente y nos fuimos para Olivos. La repartija entre los autos me mandó a un asiento trasero con él.

Por primera vez en la noche me dirigió la palabra. Le conté de qué trabajaba, qué estudiaba, le iba contando sobre los lugares por donde íbamos pasando, cómo era que conocía a su primo y a qué debía atenerse cuando fuéramos al boliche. Me pidió que cuando en el boliche pasaran cumbia, le avisara, que quería saber qué era.

A la hora de soportar punchi-punchi en una de las pistas del “local bailable” escucho a lo lejos, Tonta de Comanche. Le digo Sánchez, con quien no había vuelto a hablar desde el auto:
-¿Vos querías cumbia?
Lo agarré de la mano y lo llevé a la otra pista. Volvimos a las 4 horas.

Al otro día me llamó para invitarme al cine. Fuimos con mi amiga y el novio a ver The Prestige. Yo había dormido 3 horas y la película me aburrió terriblemente. Me quedé dormida. Me apoyó sobre su hombro y me hizo mimos todo el tiempo. Si por casualidad me despertaba ahí estaba él, acariciándome la mano, dándome un beso en la frente, diciéndome: Descansa, niña.
En cualquier otra situación me hubiese querido matar, pero con él, estaba bien.
Terminó la película y todo giró alrededor de mi siesta.
No tuve mejor idea que decir: Es que era de magos, y a mí la magia me aburre.

En sólo 6 horas él se había ido a Córdoba.
Pasaron 15 días y yo estaba a punto de irme a de vacaciones. Partía un sábado a la madrugada. El jueves a la noche recibo un llamado. Era Sanchez que había vuelto antes de Córdoba.

-He cambiado el itinerario para pasar dos días en Capital, no puedo marcharme a Madrid sin volver a verte.

Ese viernes nos encontramos en San Telmo. Después del trabajo me fui a la casa de mi amiga, S., que me hizo el aguante. Durante las dos horas que me separaban del encuentro con él, le conté la historia una y otra vez. Ella, divertida me recomendaba hoteles alojamiento por la zona.
Cuando nos encontramos el mundo se detuvo.
Hablamos horas, coincidíamos en todo, nos emocionaban las mismas cosas, y yo podría haberlo escuchado hablar hasta el fin de mis días con esa tonada que tenía.
Cuando en Plaza Dorrego no quedaba nadie, aceptamos una de las recomendaciones de mi amiga.

Debería hablar de su dulzura, de sus modos, de sus palabras al oído, de su cuerpo (definitivamente debería hablar de su cuerpo), del mío. De las caricias, de sus dedos siguiendo el curso de mis cicatrices, de mis lágrimas mientras le contaba cómo me las había hecho, de sus besos para sanarlas. Pero sólo voy a decir que por primera vez en mi vida fui sincera. Con cada beso, con cada risa, con cada movimiento, con cada palabra, fui sincera.

Me preguntó si había pensado cuando lo vi por primera vez que íbamos a terminar así, le conté de mi ruego por que él no fuera el extranjero.
Me contó que cuando nos vio entrar al bar el también pidió: Que no sea la morena la novia de mi primo.

Fuimos a desayunar. En medio de un beso, abro los ojos mientras nos separamos, pienso en el beso más perfecto, en el capítulo 7 de Rayuela y digo:

-Cíclope.

Su respuesta me descolocó.

-De cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope… Realmente podría enamorarme de ti, Botona.

Nos vamos. Camino a la casa de mi amiga pasamos por un Farmacity, entro a comprar un bronceador. En 14 horas tengo que irme a Brasil y no tengo las valijas hechas, ni siquiera compré el bronceador. No me importa.

Llegamos al depto de S., nos despedimos, nos despedimos mil veces. Me dice que “esto tiene sabor a inicio, no a despedida, sin embargo, para mañana a la mañana ambos estaremos en otro país”. Me besa, me abraza, me acaricia el pelo. Nos volvemos a despedir y me frena.

-¿Puedo hacerte una última pregunta?
-Si…
-He notado, cuando pagaste el bronceador que llevas un naipe en tu cartera, ¿Tiene algún significado?


En resumidas cuentas le cuento la historia de las cartas. Espero que me diga que estoy loca, que se ría, pero no.

-Verás, como has dicho que te aburre terriblemente la magia, no me he animado a contarte, pero uno de mis hobbies, es la magia: soy mago. El naipe que traes ahí, ese 9 de picas, no es un naipe común, es un naipe para hacer magia, no has notado que es más grande que los demás?

Me lo pide, lo hace desaparecer entre sus manos, me lo devuelve.
Saca su billetera.

-Hace un par de meses, en medio de Madrid, encontré también un naipe, y como era de mago no pude tirarlo, decidí guardarlo en mi cartera, por maltrecho que estuviera. Jamás pensé que me iba a suceder esto.

Abre la billetera y ahí estaba, un 10 de picas, medio ajado, sin una punta. Me lo da, lo doy vuelta y es de la misma marca que el mío, solo que en vez de fondo rojo, tiene fondo azul.

-Ahora sé porque debí cogerlo. Así sabía que eras tú.