21 de julio de 2011

El pasado

"Pero cuando el amor la ahogaba, cuando alguno de sus accidentes, el más feliz y el más desdichado, el éxtasis, por ejemplo, o la desesperación, cruzaba el umbral con que el amor limita la validez de las palabras y los gestos en vivo, Sofía enmudecía y se retiraba, como si para seguir adelante tuviera que desaparecer.

Una hora, un día, a veces una semana más tarde, cuando ya la economía del amor había recuperado su equilibrio cotidiano y el «incidente», (...) parecía haber cicatrizado espontáneamente, Rímini tropezaba de golpe con un mensaje, una carta, tres renglones apurados o páginas enteras de abnegación confesional que Sofía había redactado a solas: encerrada en un cuarto, en un bar, acodada a una mesa tapizada de servilletitas, o insomne en plena madrugada, sentada a la mesa de la cocina (...)."

El Pasado, Alan Pauls

Porque a mí también me pasa de abrumarme con los accidentes del amor, de la felicidad, de lo nuevo, de lo viejo, de lo malo y de lo bueno, pero sobretodo también me pasa que cuando vuelve el equilibrio, y los "incidentes" perdieron lo incomprensible, necesito volver del retiro y hacer uso del sentido confesional de las entradas.

3 de mayo de 2011

Chick flick II

¿Viste esas películas donde el chico y la chica se conocen y como quien no quiere las cosas van sucediendo, y van viviendo pequeños momentos de felicidad que parecen triviales pero son los que nutren una relación, y los gestos son cada vez más cariñosos y las miradas más cargadas; y cuando todo es ideal y están a punto de declararse amor eterno, uno de los dos, el que parecía más casual y espontáneo, se aleja y dice que no, que no puede hacer eso, que la intensidad es mucha, que no quiere enamorarse ni que nadie salga lastimado; y entonces se separan y los dos la pasan un poco mal, y tratan de rearmar sus rutinas como eran, pero un poquito más tristes que antes de conocerse el uno al otro, y el que era espontáneo y casual pero no podía darse el lujo de enamorarse, se da cuenta de que en realidad ya se había enamorado y sólo tiene miedo, y entonces decide volver en busca del primero que a veces está solo, a veces está con otro, pero mediante algún gesto grandioso, ahí sí, viene la declaración de amor eterno y se animan los dos y son felices para siempre o por lo menos por un videoclip de escenas hermosas?

Bueno, eso.

Pero hasta la parte de rearmar la vida de un modo un poquito más triste que como era antes. Cada vez. Desde que tengo 19 años.

15 de abril de 2011

Final brillante

A partir de una invitación de Cif a hablar sobre los finales brillantes en mi vida, me puse a pensar y la verdad es que en mi día a día, no son de los que abundan.

Mi vida es básicamente un gran desorden. Llego tarde a todos lados, nunca organizo mis tiempos, no puedo ahorrar y paso noches enteras despierta para entregar trabajos porque siempre calculo mal y los termino a último momento.

Esta tendencia obviamente se traslada a ámbitos mucho más terrenales: mi ropero alberga bollos, no prendas; las repisas siempre se me llenan de polvo; los papeles empiezan por apilarse y terminan desafiando a la torre de Pisa, el gabinete de mi compu adentro es un terrario; y de tantos vasos que junto en mi cuarto usados, debería instalar al lado de mi cama, un lavavajillas.

Obviamente no soy una apasionada de la limpieza y la tarea de limpiar puede demorarse días y hasta semanas antes de encontrar lugar en mi rutina, sin embargo, cada vez que hago una limpieza profunda es por la misma razón: siento que hay algo que está mal, y entre tanto desorden no puedo ver qué es lo que está pasando realmente en mi vida.

Y ahí empiezo: munida de mi peor conjunto, música que agite, trapos y productos de limpieza. Levanto polvo, corro muebles, tiro papeles, fotocopias, envoltorios y folletos, saco todos los libros, desabollo la ropa, la doblo correctamente, lavo los vasos, limpio los vidrios y hasta vacío la computadora. Y a medida que voy pasando, las cosas quedan acomodadas, limpias, en su lugar, como deberían estar, como siempre debieron ser, y el mismo proceso me pasa por dentro.

Termino horas más tarde cansada, mugrienta, con alguna uña rota, pero paradójicamente, impecable como nunca.

Porque el proceso lleva tiempo, es trabajoso, incómodo, requiere esfuerzo y nos pone en contacto con nuestra propia mugre, pero una vez que terminamos nada nos llena más de placer que ver el panorama limpio y no sé si será un final, pero es realmente un principio brillante.



5 de abril de 2011

Om

La primera vez que intenté meditar, tenía mucha información encima. Había leído, había escuchado, había visto películas, y todos hablaban de paz mental, de división entre el cuerpo y la mente, de colores intensos y luces brillantes, de sonidos profundos y emociones que venían de más adentro que el mismísimo adentro, en fin, de una experiencia extrasensorial, fuera de lo normal.

Sentada en el medio del salón, con ropa cómoda, sobre unos almohadones gigantes, en un ambiente tranquilo, haciendo la respiración correspondiente, guiada por mi instructor, dejándome llevar, no sentí nada más que un calambre en la pierna derecha. Ni luces, ni colores, ni emociones: un calambre.

Con el correr de los días se repitió la experiencia con exactos iguales resultados. Ante las condiciones correctas, con el método adecuado, con la persona indicada y por sobre todo con las ganas y la intención de hacerlo, yo sólo conseguía calambres.

Como si la frustración no hubiese sido ya bien grande, mis compañeros de meditación compartían experiencias llenas de efectos especiales, se desarmaban en lágrimas de emoción y repetían más o menos las mismas palabras cargadas de significado y sensiblerías.

Ante las evidencias, no tuve otra opción que llegar a la conclusión de que todos mentían. No por mala voluntad, o conscientemente, pero todos mentían. Los libros, las películas, quienes me recomendaron empezar, mi instructor, mis compañeros. Seguramente no lo hacían con maldad o para hacerme sentir mal a mí, pero mentían. Tenían tantas ganas de sentir algo especial, que se convencían a sí mismos de que lo estaban sintiendo y parte de ese convencimiento era el decirlo de la boca para afuera.

Una vez segura de esto, pude dejar de lado la frustración y tristeza que me daba no sentir lo mismo que los demás, para darle paso a la risa socarrona, a la mirada cínica y al comentario condescendiente cada vez que me venían a contar algo relacionado. Todo esto hizo el proceso mucho más sencillo. No era que a mí no me pasaba, sino que eso de lo que tanto hablaban no existía

Es mucho más facil andar por la vida creyendo que lo que no nos pasa no existe que estar buscando lo que parece no va a llegar.

(Quién te dice, un día de estos, mientras tomás la hora de meditación como tiempo de siesta, se caen todas las barreras y tenés una experiencia sobrenatural.)

14 de marzo de 2011

La soledad de los números pares

Tener relaciones de las serias, de las largas, de las que duran y de las otras. Compartir de a dos el colegio, cumpleaños, la carrera, vacaciones, comidas, laburos, partidas y todos los otros días.

Haber aprendido, desde el arca de Noé para acá, que la vida es mejor vivirla de a pares. Y así hacerlo. Así lo hicieron los abuelos y los padres. Así lo hacen en la tele, en los libros, en las novelas, en las canciones de la radio.

Aprender a buscar eso mismo y encontrarlo en forma de amigoviazgos, rasques, chongueos, noviazgos, amistades con derecho a roce, entre otros.

También, a veces, andar impares. Disfrutar de soledades y compañías, fiestas, viajes, rupturas, recitales y cervezas. Entre par y par, transitar las soledades como respiros, como libertad, como liberación, como reviente, como pausas, como recreos y como conquistas individuales.

Hasta un día que un desayuno americano, una vacación, una película que gustó mucho, un restaurant nuevo, un llanto ahogado o una felicidad repentina golpee en la boca del estomago.

Darse cuenta que ser parte de un par no alcanza, que la cosa no es tan simple como andar de a dos, como estar acompañado.

Y a partir de ahí, si. Empezar a aprender a querer, a buscar, a encontrar una pareja.

4 de marzo de 2011

En la salud y en la enfermedad

Viajé hora y media de ida y otro tanto de vuelta en el 60, para tomar una única cerveza. Gasté fortunas en remís para llegar rápido a una cita y no perder tiempo. Volví a las 7 am al conurbano en tren porque no me invitó a quedarme a dormir.

Cancelé una escapada de fin de semana, porque un él me dijo que quizás podíamos vernos. Dejé de salir con mis amigas por si algún otro él llamaba. Me fui a mitad de una noche de chicas por un mísero mensaje de texto. Entre mentiras insté a una compañera a que cambiara el día de festejo de recibida porque ya había arreglado algo con él.

Rompí la tradición familiar de recibir mi cumpleaños en mi casa, para ir al cine con alguien que ni siquiera sabía que después de las 12 cumplía años.

Llegué tarde a la oficina. Falté al trabajo. Falté incluso un día de reunión de gabinete por quedarme acompañada en un hotel.

Me aprendí horarios laborales, de estudio, de rutinas deportivas y de sesiones de terapia, sólo para nunca proponer salidas en esos horarios y no ser rechazada. Por mi parte, cancelé citas laborales, falté a la facultad, dejé de ir al gimnasio y planté a mi analista, sólo para no rechazar una salida.

Forcé salidas grupales, fui a recitales que no me gustaban, asistí a eventos de lo más bizarros sólo por la pobre posibilidad de cruzarlo por casualidad.

Dejé el celular prendido días enteros, compré un pack de datos para poder conectarme porque no podía contestar un saludo, me conecté desde locutorios cada 30 minutos, para ver si había recibido un mail.

Me depilé en mi hora de almuerzo, compré ropa interior entre el trabajo y una salida, armé un botiquín de maquillajes extra, sólo para asistir a una cita no programada, bajo riesgo de que decir que no implicara que la oferta no se repitiera.

De un noviembre a esta parte, cambié.

Y ahora no acepto salidas si ya volví a casa, o es tarde y no pueden venir a buscarme.

Me voy de fin de semana con las chicas y ni siquiera llevo encima el celular. Si en el medio de la noche surge una propuesta, la declino alegando sacrosanta salida femenina. Cancelo citas si después alguna amiga informa sobre un evento importante para ella.

El cumpleaños es sólo para íntimos y mi familia, en mi casa, donde todos juegan de local.

"Mañana trabajo temprano" es un argumento que no acepta matices ni negociaciones, así como tampoco las clases de manejo, las vueltas al hipódromo y mi sesión de los miércoles.

No compro más chinos, apago el celular, no contesto mensajes después de cierta hora y el mail se revisa cuando se puede.

Si no estoy depilada, la salida pasa para otro día y si me invitan a último momento, espero que no haya problema con los culottes de algodón.

Me hincho de orgullo al verme recuperada, al poder valorizar lo mío, mi espacio; y cuando paso a comentarlo con mis amigas, me miran con mueca de lástima, las muy yeguas, y me espetan un triste:

-Qué pena, no te gusta tanto.

(porque parece que nunca terminamos de escuchar bien al cura y no entendimos que resulta que el amor también existe en la salud, no sólo en la enfermedad)

4 de enero de 2011

Tan poco

No entiendo. No entiendo por qué no puedo ser feliz con menos, por qué no me alcanza.

No entiendo por qué no puedo ser feliz trabajando menos horas que la media y ganando un poco más que el promedio general.

No entiendo por qué no puedo ser feliz con un chico que es muy lindo, muchas veces el más lindo del lugar, al que le gusto, que se ríe de mis chistes y me invita con él a la playa.

No entiendo por qué no puedo ser feliz teniendo amigos como los que tengo, que se han demostrado más leales y compañeros que los hermanos de muchos.

No entiendo por qué no puedo ser feliz con una casa con pileta, un título de grado, una familia que me acompaña, un cuerpo sano, salidas a bares coquetos, mucha música y un jean hace que se me vea linda la cola.

No entiendo el hueco en el pecho, las ganas de llorar, la angustia frente a ciertas palabras, el temblor en los labios y los ojos atiborrados.

No entiendo qué es lo que tanto falta si es que se puede ser feliz con tan poco.