Tener relaciones de las serias, de las largas, de las que duran y de las otras. Compartir de a dos el colegio, cumpleaños, la carrera, vacaciones, comidas, laburos, partidas y todos los otros días.
Haber aprendido, desde el arca de Noé para acá, que la vida es mejor vivirla de a pares. Y así hacerlo. Así lo hicieron los abuelos y los padres. Así lo hacen en la tele, en los libros, en las novelas, en las canciones de la radio.
Aprender a buscar eso mismo y encontrarlo en forma de amigoviazgos, rasques, chongueos, noviazgos, amistades con derecho a roce, entre otros.
También, a veces, andar impares. Disfrutar de soledades y compañías, fiestas, viajes, rupturas, recitales y cervezas. Entre par y par, transitar las soledades como respiros, como libertad, como liberación, como reviente, como pausas, como recreos y como conquistas individuales.
Hasta un día que un desayuno americano, una vacación, una película que gustó mucho, un restaurant nuevo, un llanto ahogado o una felicidad repentina golpee en la boca del estomago.
Darse cuenta que ser parte de un par no alcanza, que la cosa no es tan simple como andar de a dos, como estar acompañado.
Y a partir de ahí, si. Empezar a aprender a querer, a buscar, a encontrar una pareja.