19 de octubre de 2010

Blanca

Cuando me enfermé, mi papá se borro. Dijo que no podía soportar verme sufrir, que él no podía verme llorar cada vez que salía de un consultorio, que no podía llevarme a un quirófano, con las patitas flacas que yo tenía, a la rastra.
Y como yo necesitaba a una persona de cada lado, el papel de mi papá lo ocupó mi abuela, la mamá de mi mamá.

Mi abuela rezó conmigo antes de que entrara a operarme, me tapó los pies cuando los efectos de la anestesia me hacían tiritar y me acarició la frente mientras me transfundían.

Mi abuela después se quedó 15 días durmiendo en un sillón al lado de mi cama, por si yo necesitaba algo y me compró un discman y un CD de Celine Dion que me ponía todas las noches, desde el momento que se dio cuenta que yo no dormía porque me torturaban los llantos del hospital.

Mi abuela me compró La Biblia para los Niños, El Principito en Edición Especial y el Todo Mafalda. De hecho, me compró todos los libros que tuve hasta que tuve plata propia para comprarlos. Por ella leo, y por ella escribo.

Mi abuela me prestó la plata para operarme la nariz y nunca me pidió que se la devolviera. Me llevó por primera vez a una peluquería. Me tejió sweaters, me hizo vestidos, incluso me armó el de mis 15.

Mi abuela se vino a vivir a mi casa cuando mi papá se fue, y nos consoló, nos cocinó y nos hizo postres todos los domingos que sólo interrumpió durante las temporadas de frutillas en que nos las traía de a kilos con crema.

Mi abuela, hace casi dos meses, y sin mediar explicación, se enfermó y no mejoró más. Y yo no puedo quedarme sentada al lado de ella en un sillón de hospital porque no nos dejan. Y no puedo taparle los pies cuando tiene frío porque tiene el cuerpo tan débil que el peso de la frazada la llena de dolor. No le puedo llevar música ni libros porque no tiene fuerza para prestarles atención. No puedo siquiera llevarle frutillas con crema, porque decidió que no quiere comer más.

Mi abuela se está muriendo y yo no puedo hacer nada.

Mi abuela se está muriendo y ni siquiera le puedo decir que la quiero mucho, porque mientras lo digo se me quiebra la voz y ella lo entiende y, sobre todo, porque yo no estoy lista para despedirla.