15 de abril de 2011

Final brillante

A partir de una invitación de Cif a hablar sobre los finales brillantes en mi vida, me puse a pensar y la verdad es que en mi día a día, no son de los que abundan.

Mi vida es básicamente un gran desorden. Llego tarde a todos lados, nunca organizo mis tiempos, no puedo ahorrar y paso noches enteras despierta para entregar trabajos porque siempre calculo mal y los termino a último momento.

Esta tendencia obviamente se traslada a ámbitos mucho más terrenales: mi ropero alberga bollos, no prendas; las repisas siempre se me llenan de polvo; los papeles empiezan por apilarse y terminan desafiando a la torre de Pisa, el gabinete de mi compu adentro es un terrario; y de tantos vasos que junto en mi cuarto usados, debería instalar al lado de mi cama, un lavavajillas.

Obviamente no soy una apasionada de la limpieza y la tarea de limpiar puede demorarse días y hasta semanas antes de encontrar lugar en mi rutina, sin embargo, cada vez que hago una limpieza profunda es por la misma razón: siento que hay algo que está mal, y entre tanto desorden no puedo ver qué es lo que está pasando realmente en mi vida.

Y ahí empiezo: munida de mi peor conjunto, música que agite, trapos y productos de limpieza. Levanto polvo, corro muebles, tiro papeles, fotocopias, envoltorios y folletos, saco todos los libros, desabollo la ropa, la doblo correctamente, lavo los vasos, limpio los vidrios y hasta vacío la computadora. Y a medida que voy pasando, las cosas quedan acomodadas, limpias, en su lugar, como deberían estar, como siempre debieron ser, y el mismo proceso me pasa por dentro.

Termino horas más tarde cansada, mugrienta, con alguna uña rota, pero paradójicamente, impecable como nunca.

Porque el proceso lleva tiempo, es trabajoso, incómodo, requiere esfuerzo y nos pone en contacto con nuestra propia mugre, pero una vez que terminamos nada nos llena más de placer que ver el panorama limpio y no sé si será un final, pero es realmente un principio brillante.



5 de abril de 2011

Om

La primera vez que intenté meditar, tenía mucha información encima. Había leído, había escuchado, había visto películas, y todos hablaban de paz mental, de división entre el cuerpo y la mente, de colores intensos y luces brillantes, de sonidos profundos y emociones que venían de más adentro que el mismísimo adentro, en fin, de una experiencia extrasensorial, fuera de lo normal.

Sentada en el medio del salón, con ropa cómoda, sobre unos almohadones gigantes, en un ambiente tranquilo, haciendo la respiración correspondiente, guiada por mi instructor, dejándome llevar, no sentí nada más que un calambre en la pierna derecha. Ni luces, ni colores, ni emociones: un calambre.

Con el correr de los días se repitió la experiencia con exactos iguales resultados. Ante las condiciones correctas, con el método adecuado, con la persona indicada y por sobre todo con las ganas y la intención de hacerlo, yo sólo conseguía calambres.

Como si la frustración no hubiese sido ya bien grande, mis compañeros de meditación compartían experiencias llenas de efectos especiales, se desarmaban en lágrimas de emoción y repetían más o menos las mismas palabras cargadas de significado y sensiblerías.

Ante las evidencias, no tuve otra opción que llegar a la conclusión de que todos mentían. No por mala voluntad, o conscientemente, pero todos mentían. Los libros, las películas, quienes me recomendaron empezar, mi instructor, mis compañeros. Seguramente no lo hacían con maldad o para hacerme sentir mal a mí, pero mentían. Tenían tantas ganas de sentir algo especial, que se convencían a sí mismos de que lo estaban sintiendo y parte de ese convencimiento era el decirlo de la boca para afuera.

Una vez segura de esto, pude dejar de lado la frustración y tristeza que me daba no sentir lo mismo que los demás, para darle paso a la risa socarrona, a la mirada cínica y al comentario condescendiente cada vez que me venían a contar algo relacionado. Todo esto hizo el proceso mucho más sencillo. No era que a mí no me pasaba, sino que eso de lo que tanto hablaban no existía

Es mucho más facil andar por la vida creyendo que lo que no nos pasa no existe que estar buscando lo que parece no va a llegar.

(Quién te dice, un día de estos, mientras tomás la hora de meditación como tiempo de siesta, se caen todas las barreras y tenés una experiencia sobrenatural.)