21 de julio de 2011

El pasado

"Pero cuando el amor la ahogaba, cuando alguno de sus accidentes, el más feliz y el más desdichado, el éxtasis, por ejemplo, o la desesperación, cruzaba el umbral con que el amor limita la validez de las palabras y los gestos en vivo, Sofía enmudecía y se retiraba, como si para seguir adelante tuviera que desaparecer.

Una hora, un día, a veces una semana más tarde, cuando ya la economía del amor había recuperado su equilibrio cotidiano y el «incidente», (...) parecía haber cicatrizado espontáneamente, Rímini tropezaba de golpe con un mensaje, una carta, tres renglones apurados o páginas enteras de abnegación confesional que Sofía había redactado a solas: encerrada en un cuarto, en un bar, acodada a una mesa tapizada de servilletitas, o insomne en plena madrugada, sentada a la mesa de la cocina (...)."

El Pasado, Alan Pauls

Porque a mí también me pasa de abrumarme con los accidentes del amor, de la felicidad, de lo nuevo, de lo viejo, de lo malo y de lo bueno, pero sobretodo también me pasa que cuando vuelve el equilibrio, y los "incidentes" perdieron lo incomprensible, necesito volver del retiro y hacer uso del sentido confesional de las entradas.

3 de mayo de 2011

Chick flick II

¿Viste esas películas donde el chico y la chica se conocen y como quien no quiere las cosas van sucediendo, y van viviendo pequeños momentos de felicidad que parecen triviales pero son los que nutren una relación, y los gestos son cada vez más cariñosos y las miradas más cargadas; y cuando todo es ideal y están a punto de declararse amor eterno, uno de los dos, el que parecía más casual y espontáneo, se aleja y dice que no, que no puede hacer eso, que la intensidad es mucha, que no quiere enamorarse ni que nadie salga lastimado; y entonces se separan y los dos la pasan un poco mal, y tratan de rearmar sus rutinas como eran, pero un poquito más tristes que antes de conocerse el uno al otro, y el que era espontáneo y casual pero no podía darse el lujo de enamorarse, se da cuenta de que en realidad ya se había enamorado y sólo tiene miedo, y entonces decide volver en busca del primero que a veces está solo, a veces está con otro, pero mediante algún gesto grandioso, ahí sí, viene la declaración de amor eterno y se animan los dos y son felices para siempre o por lo menos por un videoclip de escenas hermosas?

Bueno, eso.

Pero hasta la parte de rearmar la vida de un modo un poquito más triste que como era antes. Cada vez. Desde que tengo 19 años.

15 de abril de 2011

Final brillante

A partir de una invitación de Cif a hablar sobre los finales brillantes en mi vida, me puse a pensar y la verdad es que en mi día a día, no son de los que abundan.

Mi vida es básicamente un gran desorden. Llego tarde a todos lados, nunca organizo mis tiempos, no puedo ahorrar y paso noches enteras despierta para entregar trabajos porque siempre calculo mal y los termino a último momento.

Esta tendencia obviamente se traslada a ámbitos mucho más terrenales: mi ropero alberga bollos, no prendas; las repisas siempre se me llenan de polvo; los papeles empiezan por apilarse y terminan desafiando a la torre de Pisa, el gabinete de mi compu adentro es un terrario; y de tantos vasos que junto en mi cuarto usados, debería instalar al lado de mi cama, un lavavajillas.

Obviamente no soy una apasionada de la limpieza y la tarea de limpiar puede demorarse días y hasta semanas antes de encontrar lugar en mi rutina, sin embargo, cada vez que hago una limpieza profunda es por la misma razón: siento que hay algo que está mal, y entre tanto desorden no puedo ver qué es lo que está pasando realmente en mi vida.

Y ahí empiezo: munida de mi peor conjunto, música que agite, trapos y productos de limpieza. Levanto polvo, corro muebles, tiro papeles, fotocopias, envoltorios y folletos, saco todos los libros, desabollo la ropa, la doblo correctamente, lavo los vasos, limpio los vidrios y hasta vacío la computadora. Y a medida que voy pasando, las cosas quedan acomodadas, limpias, en su lugar, como deberían estar, como siempre debieron ser, y el mismo proceso me pasa por dentro.

Termino horas más tarde cansada, mugrienta, con alguna uña rota, pero paradójicamente, impecable como nunca.

Porque el proceso lleva tiempo, es trabajoso, incómodo, requiere esfuerzo y nos pone en contacto con nuestra propia mugre, pero una vez que terminamos nada nos llena más de placer que ver el panorama limpio y no sé si será un final, pero es realmente un principio brillante.



5 de abril de 2011

Om

La primera vez que intenté meditar, tenía mucha información encima. Había leído, había escuchado, había visto películas, y todos hablaban de paz mental, de división entre el cuerpo y la mente, de colores intensos y luces brillantes, de sonidos profundos y emociones que venían de más adentro que el mismísimo adentro, en fin, de una experiencia extrasensorial, fuera de lo normal.

Sentada en el medio del salón, con ropa cómoda, sobre unos almohadones gigantes, en un ambiente tranquilo, haciendo la respiración correspondiente, guiada por mi instructor, dejándome llevar, no sentí nada más que un calambre en la pierna derecha. Ni luces, ni colores, ni emociones: un calambre.

Con el correr de los días se repitió la experiencia con exactos iguales resultados. Ante las condiciones correctas, con el método adecuado, con la persona indicada y por sobre todo con las ganas y la intención de hacerlo, yo sólo conseguía calambres.

Como si la frustración no hubiese sido ya bien grande, mis compañeros de meditación compartían experiencias llenas de efectos especiales, se desarmaban en lágrimas de emoción y repetían más o menos las mismas palabras cargadas de significado y sensiblerías.

Ante las evidencias, no tuve otra opción que llegar a la conclusión de que todos mentían. No por mala voluntad, o conscientemente, pero todos mentían. Los libros, las películas, quienes me recomendaron empezar, mi instructor, mis compañeros. Seguramente no lo hacían con maldad o para hacerme sentir mal a mí, pero mentían. Tenían tantas ganas de sentir algo especial, que se convencían a sí mismos de que lo estaban sintiendo y parte de ese convencimiento era el decirlo de la boca para afuera.

Una vez segura de esto, pude dejar de lado la frustración y tristeza que me daba no sentir lo mismo que los demás, para darle paso a la risa socarrona, a la mirada cínica y al comentario condescendiente cada vez que me venían a contar algo relacionado. Todo esto hizo el proceso mucho más sencillo. No era que a mí no me pasaba, sino que eso de lo que tanto hablaban no existía

Es mucho más facil andar por la vida creyendo que lo que no nos pasa no existe que estar buscando lo que parece no va a llegar.

(Quién te dice, un día de estos, mientras tomás la hora de meditación como tiempo de siesta, se caen todas las barreras y tenés una experiencia sobrenatural.)

14 de marzo de 2011

La soledad de los números pares

Tener relaciones de las serias, de las largas, de las que duran y de las otras. Compartir de a dos el colegio, cumpleaños, la carrera, vacaciones, comidas, laburos, partidas y todos los otros días.

Haber aprendido, desde el arca de Noé para acá, que la vida es mejor vivirla de a pares. Y así hacerlo. Así lo hicieron los abuelos y los padres. Así lo hacen en la tele, en los libros, en las novelas, en las canciones de la radio.

Aprender a buscar eso mismo y encontrarlo en forma de amigoviazgos, rasques, chongueos, noviazgos, amistades con derecho a roce, entre otros.

También, a veces, andar impares. Disfrutar de soledades y compañías, fiestas, viajes, rupturas, recitales y cervezas. Entre par y par, transitar las soledades como respiros, como libertad, como liberación, como reviente, como pausas, como recreos y como conquistas individuales.

Hasta un día que un desayuno americano, una vacación, una película que gustó mucho, un restaurant nuevo, un llanto ahogado o una felicidad repentina golpee en la boca del estomago.

Darse cuenta que ser parte de un par no alcanza, que la cosa no es tan simple como andar de a dos, como estar acompañado.

Y a partir de ahí, si. Empezar a aprender a querer, a buscar, a encontrar una pareja.

4 de marzo de 2011

En la salud y en la enfermedad

Viajé hora y media de ida y otro tanto de vuelta en el 60, para tomar una única cerveza. Gasté fortunas en remís para llegar rápido a una cita y no perder tiempo. Volví a las 7 am al conurbano en tren porque no me invitó a quedarme a dormir.

Cancelé una escapada de fin de semana, porque un él me dijo que quizás podíamos vernos. Dejé de salir con mis amigas por si algún otro él llamaba. Me fui a mitad de una noche de chicas por un mísero mensaje de texto. Entre mentiras insté a una compañera a que cambiara el día de festejo de recibida porque ya había arreglado algo con él.

Rompí la tradición familiar de recibir mi cumpleaños en mi casa, para ir al cine con alguien que ni siquiera sabía que después de las 12 cumplía años.

Llegué tarde a la oficina. Falté al trabajo. Falté incluso un día de reunión de gabinete por quedarme acompañada en un hotel.

Me aprendí horarios laborales, de estudio, de rutinas deportivas y de sesiones de terapia, sólo para nunca proponer salidas en esos horarios y no ser rechazada. Por mi parte, cancelé citas laborales, falté a la facultad, dejé de ir al gimnasio y planté a mi analista, sólo para no rechazar una salida.

Forcé salidas grupales, fui a recitales que no me gustaban, asistí a eventos de lo más bizarros sólo por la pobre posibilidad de cruzarlo por casualidad.

Dejé el celular prendido días enteros, compré un pack de datos para poder conectarme porque no podía contestar un saludo, me conecté desde locutorios cada 30 minutos, para ver si había recibido un mail.

Me depilé en mi hora de almuerzo, compré ropa interior entre el trabajo y una salida, armé un botiquín de maquillajes extra, sólo para asistir a una cita no programada, bajo riesgo de que decir que no implicara que la oferta no se repitiera.

De un noviembre a esta parte, cambié.

Y ahora no acepto salidas si ya volví a casa, o es tarde y no pueden venir a buscarme.

Me voy de fin de semana con las chicas y ni siquiera llevo encima el celular. Si en el medio de la noche surge una propuesta, la declino alegando sacrosanta salida femenina. Cancelo citas si después alguna amiga informa sobre un evento importante para ella.

El cumpleaños es sólo para íntimos y mi familia, en mi casa, donde todos juegan de local.

"Mañana trabajo temprano" es un argumento que no acepta matices ni negociaciones, así como tampoco las clases de manejo, las vueltas al hipódromo y mi sesión de los miércoles.

No compro más chinos, apago el celular, no contesto mensajes después de cierta hora y el mail se revisa cuando se puede.

Si no estoy depilada, la salida pasa para otro día y si me invitan a último momento, espero que no haya problema con los culottes de algodón.

Me hincho de orgullo al verme recuperada, al poder valorizar lo mío, mi espacio; y cuando paso a comentarlo con mis amigas, me miran con mueca de lástima, las muy yeguas, y me espetan un triste:

-Qué pena, no te gusta tanto.

(porque parece que nunca terminamos de escuchar bien al cura y no entendimos que resulta que el amor también existe en la salud, no sólo en la enfermedad)

4 de enero de 2011

Tan poco

No entiendo. No entiendo por qué no puedo ser feliz con menos, por qué no me alcanza.

No entiendo por qué no puedo ser feliz trabajando menos horas que la media y ganando un poco más que el promedio general.

No entiendo por qué no puedo ser feliz con un chico que es muy lindo, muchas veces el más lindo del lugar, al que le gusto, que se ríe de mis chistes y me invita con él a la playa.

No entiendo por qué no puedo ser feliz teniendo amigos como los que tengo, que se han demostrado más leales y compañeros que los hermanos de muchos.

No entiendo por qué no puedo ser feliz con una casa con pileta, un título de grado, una familia que me acompaña, un cuerpo sano, salidas a bares coquetos, mucha música y un jean hace que se me vea linda la cola.

No entiendo el hueco en el pecho, las ganas de llorar, la angustia frente a ciertas palabras, el temblor en los labios y los ojos atiborrados.

No entiendo qué es lo que tanto falta si es que se puede ser feliz con tan poco.

13 de diciembre de 2010

Blanca II

No es que haya querido dejar de escribir.
Es que estoy muy triste, y no hay nada que pueda hacer para dejar de extrañarla.

30 de noviembre de 2010

Al pelo

No hay nada más satisfactorio para una mujer que le hagan caso. No que la escuchen, no que le pidan opinión, sino que le hagan caso.

Nada da más placer que escuchar a una amiga decir que desde que le dijimos que los bizcochuelos los haga en la Essen no se le quemó más ninguno, a una compañera de trabajo que gracias a nuestro consejo no gasta más en ropa interior de marca porque le recomendamos al distribuidor, o ya en palabras mayores, que nuestra madre orgullosa cuente como no pierde más tiempo desde que le recomendamos pagar las cuentas por internet.

Para que este milagro femenino se dé, una tiene que saber mucho del tema y sólo aconsejar cuando está segura, porque una mala referencia puede tirar por tierra todo tip que una haya dado en la vida.

Yo sé mucho de pelo. Soy dueña de una cabellera abundante, voluminosa y con vida propia y eso me hace una experta en pelo. Desde los 15 hasta ahora, sin repetir y sin soplar, he probado: baño de crema de todo tipo y color, corte de puntas, aceite de almendras, mayonesa, silicona, serum, cera, planchado permanente, brushing progresivo, cauterización, baño de chocolate, keratinización, spray, mousse, baño de luz y máscaras de yogurt entre otros.
Con estos antecedentes en mi haber, las chicas de Sedal, me mandaron para que pruebe las Cremas de Tratamiento con Bio Keratina.

Si visitaron alguna peluquería en el último año, les dijeron que tienen que hacerse una keratinización, que es algo así como el último grito de la moda en reparación de cabello dañado. El proceso consiste en devolverle a la fibra capilar la keratina que perdió hasta llevar al pelo a su estructura original, mucho más sano y sedoso.
Eso es lo que hacen las cremas de tratamiento, desarrolladas para Sedal por Thomas Taw. Tienen Fix-Keratin que repara las grietas del pelo y sella las cutículas pero sin usar ningún proceso térmico como secador o planchita, lo cual lo hace de lo más sencillo: después del lavado, hay que aplicar la crema, dejarla 3 minutos y listo. La primera vez que las usás ya se nota el pelo más sano, suave y menos poroso.
La línea tiene 4 variedades y todas tienen la misma fórmula de keratinización en frio, y como si fuera poco, están baratas incluso para un bolsillo monotributista como el mío.

Consejo botón: déjenla esos 3 minutos y listo, 5 como mucho. En mi lógica de más es mejor, la segunda vez que la usé la dejé media hora y el resultado final fue el mismo.
Consejo botón 2: Háganselo una vez por semana, no hace falta más porque, de nuevo, la crema es así de efectiva sin que seamos exageradas.

Después de usarla, me aventuré en la primera recomendación y la usaron mi mamá y mi hermana, lacias y rulientas respectivamente. Las dos me lo agradecieron.

Háganme caso y pruébenlas, que ya voy a estar orgullosa cuando halagadas por su pelo digan: "Desde que Botona me recomendó las cremas de Sedal, tengo el pelo mucho más lindo."

24 de noviembre de 2010

Gente como uno

Hay cosas que la gente como uno no se puede permitir admitir.

Preguntale a mi mamá si le gustan los culebrones de la tarde, que inmediatamente te va a decir que no, que la aburren, que son todas iguales, que a ella le gustan los unitarios o las series "de afuera" como Vulnerables o Lie to me.
Eso sí, no vengas un feriado a casa porque vas a tener que ver la repetición de Valientes, y no la apures mucho porque te recita el curriculum artístico de la Fulop, empezando por Abigail hasta la actualidad.

Sentate con mi papá a hablar de música. Te va a contar que su primer disco fue uno de Santana, va a mencionar términos como fusión, blues y afro-soul, y en cuanto le preguntes por la cumbia o melódicos latinos va a dar por finalizada la discusión.
Eso sí, no vayas nunca a los últimos 15 minutos de sus ensayos semanales porque lo vas a ver delirar con covers de los Wawancó. No vengas tampoco a una cena en que alguien saque la guitarra, porque si no sabés las letras de Montaner, Sandro o Cacho Castaña, después de la primera media hora no vas a poder cantar nada.

A cualquiera de mis amigas preguntale si leyó el último libro de Danielle Steel. Sin dudas te va a decir que no, que lee cosas con más contenido. Te va a contar como justo ahora está releyendo Spinoza, mientras trata de terminar uno de Murakami que le quedó colgado.
Eso sí, no entres a su habitación, ni revises su biblioteca porque justo al lado de Tokio Blues y dos de Bolaños, vas a encontrar la colección completa de Chick Lit que sacó Revista Caras y en la mesita de luz va a haber una copia de Comer, Rezar, Amar, mientras que el Tratado teológico-político junta polvo en algún estante desde hace años.

Por último, preguntame si quiero un novio y sin mediar segundo te voy a decir que no, que nada más alejado de mis deseos, que hoy no podría, que esas cosas de pareja no me divierten, que no tengo madera de novia. Voy a decirte que lo mío es otra cosa, que ya me volví cínica y por último voy a detallarte cada uno de mis fracasos.
Eso sí, no me vengas a buscar los sábados a la mañana cuando me levanto para acompañarlo a hacer windsurf y lo miro una hora mientras me tomo un licuado. Ni me invites a la noche a cenar porque voy a estar también con él y sus amigos comiendo un asado. Y sobre todas las cosas no me revises el diario íntimo porque puede que leas transcripciones exactas de sus halagos, crónicas exhaustivas de cada uno de sus centímetros y una descripción bastante exacta de lo contenta que me pone ser su no-novia.

(porque si hay algo que a la gente como uno no le gusta, es quedar en evidencia)

19 de octubre de 2010

Blanca

Cuando me enfermé, mi papá se borro. Dijo que no podía soportar verme sufrir, que él no podía verme llorar cada vez que salía de un consultorio, que no podía llevarme a un quirófano, con las patitas flacas que yo tenía, a la rastra.
Y como yo necesitaba a una persona de cada lado, el papel de mi papá lo ocupó mi abuela, la mamá de mi mamá.

Mi abuela rezó conmigo antes de que entrara a operarme, me tapó los pies cuando los efectos de la anestesia me hacían tiritar y me acarició la frente mientras me transfundían.

Mi abuela después se quedó 15 días durmiendo en un sillón al lado de mi cama, por si yo necesitaba algo y me compró un discman y un CD de Celine Dion que me ponía todas las noches, desde el momento que se dio cuenta que yo no dormía porque me torturaban los llantos del hospital.

Mi abuela me compró La Biblia para los Niños, El Principito en Edición Especial y el Todo Mafalda. De hecho, me compró todos los libros que tuve hasta que tuve plata propia para comprarlos. Por ella leo, y por ella escribo.

Mi abuela me prestó la plata para operarme la nariz y nunca me pidió que se la devolviera. Me llevó por primera vez a una peluquería. Me tejió sweaters, me hizo vestidos, incluso me armó el de mis 15.

Mi abuela se vino a vivir a mi casa cuando mi papá se fue, y nos consoló, nos cocinó y nos hizo postres todos los domingos que sólo interrumpió durante las temporadas de frutillas en que nos las traía de a kilos con crema.

Mi abuela, hace casi dos meses, y sin mediar explicación, se enfermó y no mejoró más. Y yo no puedo quedarme sentada al lado de ella en un sillón de hospital porque no nos dejan. Y no puedo taparle los pies cuando tiene frío porque tiene el cuerpo tan débil que el peso de la frazada la llena de dolor. No le puedo llevar música ni libros porque no tiene fuerza para prestarles atención. No puedo siquiera llevarle frutillas con crema, porque decidió que no quiere comer más.

Mi abuela se está muriendo y yo no puedo hacer nada.

Mi abuela se está muriendo y ni siquiera le puedo decir que la quiero mucho, porque mientras lo digo se me quiebra la voz y ella lo entiende y, sobre todo, porque yo no estoy lista para despedirla.

9 de septiembre de 2010

Ante la duda

Preguntas que tengo que aprender a hacer antes.

¿De cuánto es el aumento?
¿A qué te referís con "flexible"?
¿Cuánto me va a salir?
¿Me va a doler?
¿A qué hora estaríamos volviendo?
¿Cuántas cuadras son?
¿Cómo tengo que ir vestida?
¿Vas a la salida de hoy?
¿Para cuándo lo necesitás?
¿Tenés forros?
¿Tenés novia?

(una vez que diste el sí, es muy dificil volver atrás)

31 de agosto de 2010

Libre deuda

Básicamente, endeudarse significa que uno (que no tiene), le pide a otro (que sí tiene) lo que necesita y promete que lo va a devolver, la mayor de las veces, pagando onerosos intereses.
El tema es que el que no tiene, por algo no tiene. Nadie se endeuda su pudiera solventarse solito. Entonces para devolver, se pasa mucho tiempo pagando de a poquito, desde el sacrificio, infinitas veces lo que se pidió.

Hace un poco más de un año, yo estaba en la ruina. El corte con Pérez, mi despido, mi situación familiar, el vacío de mis amigos, mi cuerpo incluso, me dejaron en déficit.
De a poquito y para esta altura del año, no sin mucho esfuerzo, tenía nuevamente trabajo, algo parecido al amor, estabilidad familiar y un nuevo núcleo de amistades; pero casi todo era prestado. Estaba en deuda con todos.
El trabajo fue casi un favor que le hicieron a una amiga, mi mamá se me acercó a fuerza de mantenerme económica y emocionalmente y cierto muchacho en cuestión me quería tan bien que accedía a jugarme a la pareja para que yo no me desmoronara hecha una sola lágrima.

De todo este proceso, salí con varios miles de pesos abajo; obligada a hacer cualquier cosa en el trabajo porque había que agradecer que tenía uno; cediéndole espacios muy míos a mi mamá, porque cómo negarle con lo que me había dado; haciendo salidas que no me divertían, escuchando palabras que me dolían y entrando en dinámicas que no me interesaban, porque esos eran mis amigos, los que me habían bancado; sin otra opción que querer porque me habían querido, querer incluso de más, perdiéndome en el camino, porque a cada uno que se había tomado la molestia de mirarme, no le debía menos que un cacho de corazón en bandeja, novela rosa y drama incluidos.

Un año y dos meses tardé en saldar mis deudas. Catorce meses que dejé medio sueldo en cuentas ajenas, que trabajé en disconformidad y sintiéndome menos, que a fuerza de discusiones y reconciliaciones tardé en encontrarme de nuevo con mi mamá. Cuatrocientos veintiséis días en que cumplí con amigas por gratitud obligada, que conocí ellos que me borraron la voluntad, que me encontraron entregándoles más de lo que merecían por el simple hecho de haberme dicho que era adorable, querible o por haber querido acostarse conmigo.

Todos esos días transcurrieron hasta este Agosto en que pagué mi última cuota de Monotributo atrasada, mi último resumen de la tarjeta, mis últimos besos, te quieros y lágrimas con intereses y no me siento más endeudada.

17 de agosto de 2010

No soy yo, sos vos

Empecé a salir con un chico.

Dia 1: Me dijo que no quería que tuviéramos sexo, que queria "hacer las cosas bien" por una vez en su vida.

Dia 3: Me invitó a tener una segunda cita.

Dia 4: Dia, de su cumpleaños, lo empezamos juntos en un hotel.

Dia 5: Me preguntó qué se sentía hacer feliz a alguien.

Día 6: Me vino a buscar al bar donde estaba con mis amigas, para vernos 1 hs.

Dia 7: A pesar de odiar las películas, me invitó al cine.

Dia 9: Nos invitó a una amiga y a mí a una salida con un amigo suyo.

Día 10: Nos divertimos a la tarde buscando hoteles para pasar la noche.

Dia 14: Mientras me agarraba la mano me preguntó retóricamente si estábamos "hasta las manos" y se lamentó por ser lo único que no tenía que hacer en esta mitad del año.

Dia 15: Me desperté con un mail de él en mi casilla diciendo que tenía ganas de verme (Si, de nuevo)

Dia 16: Le escribí un mail donde le pedía que imaginara un mail gracioso, pero tierno, equilibrado, diciéndole cosas lindas y agradeciéndole por haber aparecido.

Día 19: Vino a hacerme mimos a mi casa (madre incluída), porque me accidenté rompiéndome cara completa y me regaló un potus, porque le dije que trajera cualquier cosa.

Dia 22: Me escribió una canción.

Dia 23: Le compré El libro negro del Bicentenario de Barcelona, porque lo quería y no se había querido llevar el mío prestado.

Día 24: Le dije que lo extrañaba.

Día 25: Me dijo que nos nos viéramos más porque yo estaba muy enganchada.

Día 130: Le dije que por más abandónico, egocéntrico y desamorado que fuera, él me gustaba, lo quería e iba a tener que bancársela.

Día 131: Se fue a vivir a otro continente.

(porque generamos estas pasiones, porque ya no duele y porque la parte en que lo queremos es cierta y queremos que le vaya bien)