El trayecto en el 60 fue el más largo de mi vida. Acababa de dar el último parcial del CBC, si lo aprobaba, entraba a la carrera.
No había estudiado. Me había confiado y me había dejado estar. Había confiado más en la energía, en el destino y en la buena suerte que en estudiar y llevar leídos todos los textos.
Por primera y última vez me había presentado a un exámen sin saber. Me había presentado sin saber al exámen que más debía preocuparme en todo ese año.
En las 20 cuadras que separan la sede del CBC hasta mi casa me odié, me di bronca, me di verguenza por lo que había hecho. En el último parcial del CBC, por primera y última vez, me había copiado de un compañero y de eso dependía mi verano.
Recé, como todas esas veces en que siento que nada me puede ayudar, recé. Le prometí a Dios que si me ayudaba, nunca más lo iba a hacer, le pedí que me sacara la incertidumbre, y le pedí que me diera una señal.
Me bajé del colectivo y dada vuelta, boca abajo, había una carta, un naipe. Lo miré y me dije:
-Esta es la señal. Doy vuelta la carta: el número que salga, es lo que me saqué.
Era un 8 de bastos.
Guardé la carta en mi billetera, y me dispuse a esperar.
A la semana siguiente fui a buscar la nota. Lucas se acercó a la cartelera y con una sonrisa me dijo:
-Nos sacamos un 8.
No le conté a nadie de la carta, pero yo sabía que era magia y a partir de ahí empecé a coleccionar cartas.
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Hace 11 horas