3 de enero de 2008

El hombre indicado para el puesto

Las mujeres confundimos.
Es así de sencillo. Confundimos todo y así sobre un diagnóstico errado, actuamos. Por supuesto, la pifiamos.
No entendemos palabras como cansancio, silencio y soledad, las confundimos con aburrimiento, indiferencia y secreto. Así podríamos armar un diccionario, pero por sobre todas las cosas, confundimos los términos laboral-personal.

Como si una fuera prolongación la una de la otra, como si no pudiéramos separar las partes de la rutina, como si todo tuviera que estar integrado y porque para nosotras, todo tiene que ver con todo, confundimos el plano personal con el laboral.

Este suele ser el principal motivo por el que lloramos en el baño cuando nuestro jefe nos reta, creemos que la de RR.HH. nos dice que esa vestimenta no es apropiada de pura envidia que nos tiene de lo linda que nos queda la minifalda y esperamos un premio si entregamos en tiempo y forma un trabajo aún cuando rendíamos un parcial el mismo día o tuvimos una tremenda pelea con nuestras parejas (por supuesto nos indignamos si no nos lo dan).

Por la misma razón llegamos a casa y escupimos nuestro día a quien nos escuche, esperando un poco de empatía y podemos suspender una cena porque tuvimos una horrible discusión con el de sistemas que nos trató de retardadas y nos dejó el autoestima por el suelo.

Por esto no me gusta trabajar con mujeres y por eso detesto tener mujeres a cargo. Porque delegarles un trabajo es aprovecharte de tu cargo, pedirles que se queden una hora más significa escuchar durante dos, que si vos no tenés vida, ellas si, y ser referente de la gerencia es ser una turra.

Hoy escuché en el baño que el haber pedido un pasante varón para el puesto de asistente se debe a que estoy soltera y a la pesca.
Y lo peor de todo es que sé que la que lo dijo, lo hizo porque su ex novio, sí porque también pensamos que un buen compañero de escritorio hace un buen novio, tuvo la infeliz idea de invitarme a una fiesta.

Todo, todo, todo. Confundimos todo.