La secretaria de la oficina donde trabajo es Forrest Gump. No porque tenga capacidades mentales reducidas (bueno, si un poquito, si...), no porque tenga aparatos ortopédicos en las piernas y no porque use camisas muy feas (bueno, un poquito por eso también), sino porque a ella le pasó todo.
Si vos fuiste a la cancha una vez, ella fue de la barrabrava de Platense. Si una vez te colaste en un evento de una radio, ella se coló, metiéndose en el auto del mismísmo Mario Massone (que Dios lo tenga en el gloria) en la fiesta de Radio Horizonte. Si de chiquita participaste en un desfile de tu colegio, ella fue modelo de manos para Paddle Watch. Si vos recibiste una beca para hacer una investigación sobre el peronismo, ella guardó durante unos meses, las manos de Perón dentro de su ropero.
Todas estas exageraciones me tienen sin cuidado, pero lo de hoy, me supera.
Sabido es que en cada oficina entre noviembre y marzo se desata la guerra del aire. Tengo la maldita suerte de estar justo abajo del armatoste ese que han dado en comprar por aire acondicionado, lo cual me posiciona en el bando de los que lo quieren apagar cada media hora.
Cada uno apela a sus mejores recursos para ganar la pulseada del control remoto del aire y en pos de esa victoria, alegamos las más variadas causas, pero lo de esta mujer es too much.
Mientras usurpaba el control de arriba de mi escritorio espetó la siguiente frase:
-Yo no es que tenga calor, es que fui al médico y me dijo que tengo la temperatura corporal 2 grados por sobre la media normal. Algo así como que me hierve la sangre.- Y la muy yegua sonrió.
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Hace 13 horas