4 de mayo de 2010

Autorretrato

Me cuesta horrores ser femenina.

Mi mente no reconoce a mi cuerpo como al de una mujer por lo que cualquier tarea de embellecimiento es un esfuerzo mental.

Si no estoy sumamente atenta puedo despertar un día con las cejas como nubes, el pelo con las puntas partidas en veinte o las uñas con restos lejanos del esmalte de hace dos semanas. Si me apuran salgo sin maquillaje, sin perfume o si me apuran mucho hasta puedo olvidar el desodorante.

Y lo vivo con culpa. Cuando me descubro en uno de estos deslices, me lleno de culpa, me digo que soy la mujer más desatendida del planeta y le sumo a esto el eterno "Soy fea".

Entonces hay días enteros que ando pensando que soy un horror de fémina, bajo la mirada ante cualquiera que pasa, sufro las reuniones, me ato el pelo desprolijamente y pido que lleguen rápido las 7 así estoy en casa y nadie tiene que verme. Pienso que todos están notando mis cejas sin depilar, mis poros sin maquillaje, mis uñas agrietadas y sólo me sale enfrentar el suelo.

Y llegan las 7 y estoy en casa. Pelo para atrás, pinza en mano, luz de frente, encaro al espejo y me miro. Me miro y me veo objetivamente. Y si, tengo mis defectos pero no son tantos. Me miro y me veo bien, desprolija tal vez, sin terminaciones lujosas, perfectible, obviamente, pero bien.

Y me pregunto cuántas miradas esquivé ese día, cuántos almuerzos con gente divertida me perdí en la semana, cuantas reuniones laborales evité, cuántas oportunidades ni miré, cuánto, por no saber mirarme, evadí de mi misma.

(ojalá sólamente tuviera una percepción errada mía en lo que a estética se refiere)