19 de febrero de 2010

Roja (de la verguenza)

Una vez llegados al punto en que me pregunta cuando vamos a salir a tomar una cerveza con los demás, una vez que me dice que estoy linda, una vez que dice que sólo sube un piso cada día para saludarme y volver a su oficina, es obvio que algo tiene que pasar.

Y yo, precavida, me ocupé de pensar en positivo para no atraer cosas feas. Lo imaginé conmigo, lo imaginé sonriendo ante mis chistes, lo imaginé incluso, acurrucándome contra una pared del baño. Y me imaginé ocurrente, espléndida, linda, bronceada.

Y lo logré en gran medida.

Tras un fin de semana en Rosario, volví roja como un tomate, con el paso de los días me volví bordeaux y ahora me estoy pelando.

Entonces ando haciéndome la espléndida aunque luzco como un mapamundi viviente, untándome aloe vera a toda hora, acurrucándome contra la pared del baño para que no me vea, porque por más que cuando me ve me dice que igual me queda lindo y se queda conmigo, se sonrie progresivamente y sé que cuando termina con la carcajada no lo hace porque soy ocurrente.

(Dale, seguí con El Secreto y en atraer lo que uno piensa)