Desde que Perez me dejó, no me corté el pelo ni me exfolié el cuerpo entero, ni me depilé en lugares recónditos y olvidados. Ni siquiera me hice las manos.
Tampoco compré ropa interior infartante, mucho menos ninguna minifalda, casi te diría que no me compré ropa.
No salí cada noche que pude, ni me emborraché apoteóticamente. No como como troglodita ni volvió mi adicción por el helado de chocolate suizo.
No empecé el gimnasio ni me puse a dieta. No tomo clases de salsa, ni ritmos latinos, ni mucho menos de pole-dance.
No me lancé a los brazos del primer morocho que me cruzara en un bar, no llamé a ningún ex, y en ningun momento se me pasó por la cabeza entrar a alguna página de internet para buscar coincidencias amorosas.
No lo llamé para preguntarle cómo estaba, no le escribí pidiéndole las fotos que saqué esa tarde, ni mucho menos le mandé un mensaje pasándole el contacto que le había conseguido después de tanto tiempo de intentarlo. Su ventana de Msn no apareció nunca más en mi pantalla, y su perfil de usuario no ve la luz de mi Facebook (ni siquiera cuando subió fotos comprometedoras, escribió notas agonizantes, o subió canciones lastimosas).
No hablé del corte con mil amigas, no lo menciono cada 12 segundos, y en casi un mes, solo usé 40 minutos de terapia para ver qué era lo que me pasaba con el tema.
Por primera vez en meses no siento necesitar nada de eso. Por primera vez en años no necesito cambiar, ni reivindicarme, ni siquiera mostrarme diferente.
Parece que corté con él, pero esta vez estoy muy enamorada de mi misma.
Rich Cat
Hace 1 día