18 de febrero de 2009

Regla de 3 simple

Un buen trabajo, un amor que te llene y un lindo lugar donde vivir. Eso haría a la felicidad y como no se puede pedir todo, con dos de tres debería alcanzarnos.

Eso quiere decir que si yo tuviera una vida profesional satisfactoria y un par de brazos que me abrazaran fuerte, me hicieran mimos, me sostuvieran cuando siento que me caigo a pedazos; no debería sentirme infeliz por vivir a mil millones de kilómetros de todo, por residir en un barrio en el que después de cierta hora tomar el colectivo es acto de valentía, por llegar a una casa que de la tristeza que tiene adentro parece un velorio permanente, por llamar hogar a una edificación que se cae cada vez más a pedazos y nadie puede arreglar.

Quiere también decir que si tuviera en cambio un lugar al cual llegar y sentirme en casa, un departamentito chiquito pero mío, lleno solo de cosas que me hacen sentir bien, cerca de mis amigos y de mi trabajo y un chico que viniera a hacerme compañía, que también llegar a él fuera como llegar a casa, que me hiciera sentir que tenerlo cerca es pertenecer a donde esté, entonces bien poco me importaría tener un trabajo aburrido, que no me desafía, sin perspectivas, con tres jefes que ignoran mi existencia y un sueldo que no compensa el haber perdido todas las otras expectativas laborales en el camino.

Esta teoría por último implicaría que si yo tuviera un trabajo que me llenara, que pudiera tomar como propio, del cual me sintiera orgullosa y en el cual estuviera gustosa de pasar gran parte de día y volviera después a otro espacio que también hablara de mi, que quedara cerca de bares y museos, en el cual me sintiera deseosa de pasar el resto de mis horas, entonces no me pesaría esta soledad, esta falta de amor, este tiempo que siento muerto si no estoy con él, esta ausencia permanente porque pesa más en el futuro que en el presente o el pasado.

Una lástima, una verdadera lástima.