5 de abril de 2011

Om

La primera vez que intenté meditar, tenía mucha información encima. Había leído, había escuchado, había visto películas, y todos hablaban de paz mental, de división entre el cuerpo y la mente, de colores intensos y luces brillantes, de sonidos profundos y emociones que venían de más adentro que el mismísimo adentro, en fin, de una experiencia extrasensorial, fuera de lo normal.

Sentada en el medio del salón, con ropa cómoda, sobre unos almohadones gigantes, en un ambiente tranquilo, haciendo la respiración correspondiente, guiada por mi instructor, dejándome llevar, no sentí nada más que un calambre en la pierna derecha. Ni luces, ni colores, ni emociones: un calambre.

Con el correr de los días se repitió la experiencia con exactos iguales resultados. Ante las condiciones correctas, con el método adecuado, con la persona indicada y por sobre todo con las ganas y la intención de hacerlo, yo sólo conseguía calambres.

Como si la frustración no hubiese sido ya bien grande, mis compañeros de meditación compartían experiencias llenas de efectos especiales, se desarmaban en lágrimas de emoción y repetían más o menos las mismas palabras cargadas de significado y sensiblerías.

Ante las evidencias, no tuve otra opción que llegar a la conclusión de que todos mentían. No por mala voluntad, o conscientemente, pero todos mentían. Los libros, las películas, quienes me recomendaron empezar, mi instructor, mis compañeros. Seguramente no lo hacían con maldad o para hacerme sentir mal a mí, pero mentían. Tenían tantas ganas de sentir algo especial, que se convencían a sí mismos de que lo estaban sintiendo y parte de ese convencimiento era el decirlo de la boca para afuera.

Una vez segura de esto, pude dejar de lado la frustración y tristeza que me daba no sentir lo mismo que los demás, para darle paso a la risa socarrona, a la mirada cínica y al comentario condescendiente cada vez que me venían a contar algo relacionado. Todo esto hizo el proceso mucho más sencillo. No era que a mí no me pasaba, sino que eso de lo que tanto hablaban no existía

Es mucho más facil andar por la vida creyendo que lo que no nos pasa no existe que estar buscando lo que parece no va a llegar.

(Quién te dice, un día de estos, mientras tomás la hora de meditación como tiempo de siesta, se caen todas las barreras y tenés una experiencia sobrenatural.)